Emiliano Zapata, héroe de la revolución mexicana, era asesinado un 10 de abril.
Zapata sigue siendo referente en la lucha contra el latifundio y las desigualdades sociales.
Numerosas organizaciones llevan su nombre, entre ellas la que insurreccionó el primero de enero de 1994 en Chiapas.
Tierra y Libertad continúa siendo una proclama valedera del presente, y los “neo” zapatistas de México tienen anunciada una llegada a Europa en las próximas semanas, también a Asturias donde existió una potente plataforma de solidaridad con la Chiapas rebelde.

Zapata había sido asesinado en una emboscada perpetrada por el coronel Jesús Guajardo en la hacienda de Chinameca, en los alrededores de Cuautla, en Morelos, el estado natal de Zapata.
Emiliano Zapata había nacido el 8 de agosto de 1879 en San Miguel Anenecuilco, Morelos. Mestizo, hijo de un pequeño terrateniente, sin embargo fue consciente del sufrimiento de la mayoría del campesinado durante la larga dictadura de 35 años de Porfirio Díaz, en que la fuerte concentración de tierras en México desposeyó a muchos campesinos de sus tierras.
La historia de Emiliano Zapata tomó un giro trascendente en 1909, cuando recibió del consejo de ancianos de su pueblo, los títulos de propiedad de la tierra (en parte invadida por las haciendas circundantes); documentos ancestrales que se comprometió a resguardar aún a costa de su propia vida.
Líder natural, rápidamente fundó el Ejército de Liberación del Sur y tejió alianzas con Pancho Villa, que comandaba el Ejército del Norte. Ambos se convirtieron en los caudillos más carismáticos de la revolución mexicana de 1910.
Los dos apoyaron a Francisco Madero, un liberal refugiado en Estados Unidos, en su campaña para desalojar del poder a Porfirio Díaz. Las revueltas culminaron con la renuncia del dictador en 1911 y la ascensión a la presidencia de Madero.
Las esperanzas estaban puestas en el famoso Plan de Ayala, basado en el lema: “la tierra a quienes la trabajan”, que proponía la restitución de la tierra de los grandes terratenientes a los campesinos, la expropiación de un tercio de las haciendas del país –con indemnización– y la incautación de las tierras de los opositores a la revolución. El Plan de Ayala se convirtió en un proyecto de nación.
Madero, no inició la reforma agraria. En febrero de 1913, fue asesinado por Victoriano Huerta, antiguo general leal a Porfirio Díaz, que asumió el poder. Villa y Zapata rechazaron a Huerta y se aliaron a Venustiano Carranza, líder del movimiento constitucionalista. Los tres promovieron una campaña contra Huerta, que acabó abandonando el país en 1914. Zapata y Villa entraron triunfantes en Ciudad de México.
Carranza no dudó en aliarse con Obregón e inició una cruzada para contener a las guerrillas de Zapata y Villa, ofreciendo una recompensa por la cabeza de Emiliano.
Zapata distribuyó las tierras a las comunidades, y a sus soldados y seguidores. El trabajo de los campos y los de las cooperativas campesinas se repartieron entre todos y se establecieron los consejos de las aldeas y sus líderes fueron elegidos democráticamente.
Pero la existencia de los zapatistas desafiaba al poder. Carranza no dudo en utilizar todos los medios: incendios, escuadrones de fusilamiento, destrucción de herramientas y ganado, e incluso la aviación. Aún así no consiguió aniquilar a su antiguo aliado. Zapata siempre rodeado por una tropa de fieles a su ideal agrario, resistió a las provocaciones de entablar combates abiertos. Carranza finalmente decidió asesinarlo, y el coronel Guajardo fue el verdugo.
Existen cientos de monumentos en su honor, mientras que incontables calles, escuelas y poblaciones llevan su nombre. Hay decenas de películas sobre su vida, y de su lucha se han escrito numerosos libros, ensayos académicos y canciones.
Es el símbolo de la lucha por justicia y libertad.

Hay quien dice que la mejor manera de recordar el aniversario luctuoso del “Caudillo del sur” sería que el presidente Andrés Manuel López Obrador, acepte y cumpla los Acuerdos de San Andrés, Chiapas, de febrero de 1996, firmados entre el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y el gobierno federal, en materia de reconocimiento de derechos de los pueblos indígenas.

Galeano, el uruguayo, dejó dicho:
“Nació jinete, arriero y domador. Cabalga deslizándose, navegando a caballo las praderas, cuidadoso de no importunar el hondo sueño de la tierra. Emiliano Zapata es hombre de silencios. Él dice callando. Los campesinos de Anenecuilco, su aldea, casitas de adobe y palma salpicadas en la colina, han hecho jefe a Zapata y le han entregado los papeles del tiempo de los virreyes, para que él sepa guardarlos y defenderlos. Ese manojo de documentos prueba que esta comunidad, aquí arraigada desde siempre, no es intrusa en su tierra.
La comunidad de Anenecuilco está estrangulada, como todas las demás comunidades de la región mexicana de Morelos. Cada vez hay menos islas de maíz en el océano del azúcar. De la aldea de Tequesquitengo, condenada a morir porque sus indios libres se negaban a convertirse en peones de cuadrilla, no queda más que la cruz de la torre de la iglesia. Las inmensas plantaciones embisten tragando tierras, aguas y bosques. No dejan sitio ni para enterrar a los muertos:
—Si quieren sembrar, siembren en macetas.
Matones y leguleyos se ocupan del despojo, mientras los devoradores de comunidades escuchan conciertos en sus jardines y crían caballos de polo y perros de exposición.
Zapata, caudillo de los lugareños avasallados, entierra los títulos virreinales bajo el piso de la iglesia de Anenecuilco y se lanza a la pelea. Su tropa de indios, bien plantada, bien montada, mal armada, y crece al andar.
—Luchamos por la tierra —dice Zapata— y no por ilusiones que no dan de comer… Con elecciones o sin elecciones, anda el pueblo rumiando amarguras.
Mientras arranca la tierra a los campesinos de Morelos y les arrasa las aldeas, el presidente Carranza habla de reforma agraria. Mientras aplica el terror de Estado contra los pobres, les otorga el derecho de votar por los ricos y brinda a los analfabetos la libertad de imprenta.
La nueva burguesía mexicana, hija voraz de la guerra y del saqueo, entona himnos de alabanza a la Revolución mientras la engulle con cuchillo y tenedor en mesa de mantel bordado.
1919 – Cuautla
Este hombre les enseñó que la vida no es sólo miedo de sufrir y espera de morir.
A traición tenía que ser. Mintiendo amistad, un oficial del gobierno lo lleva a la trampa. Mil soldados lo están esperando, mil fusiles lo voltean del caballo.
Después lo traen a Cuautla. Lo muestran boca arriba.
Desde todas las comarcas acuden los campesinos. Varios días dura el silencioso desfile. Al llegar ante el cuerpo, se detienen, se quitan el sombrero, miran cuidadosamente y niegan con la cabeza. Nadie cree: le falta una verruga, le sobra una cicatriz, este traje no es el suyo, puede ser de cualquiera esta cara hinchada de tanta bala.
Secretean lento los campesinos, desgranando palabras como maíces:
—Dicen que se fue con un compadre para Arabia.
—Que no, que el jefe Zapata no se raja.
—Lo han visto por las cumbres de Quilamula.
—Yo sé que duerme en una cueva del Cerro Prieto.
—Anoche estaba el caballo bebiendo en el río.
Los campesinos de Morelos no creen, ni creerán nunca, que Emiliano Zapata pueda haber cometido la infamia de morirse y dejarlos solitos.”

Otro Galeano, el sup del EZLN, también dice que:
“Al: General Emiliano Zapata.
Jefe Máximo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
Allá donde vive de por sí.
Mi General:
Con la novedad de que aquí seguimos, Don Emiliano, aquí estamos. Ya sabrá usted que le escribo a nombre de todos los hombres, mujeres, niños y ancianos de éste su Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
Aquí estamos mi General, aquí seguimos. Aquí estamos porque estos gobiernos siguen sin memoria para los indígenas y porque los ricos hacendados, con otros nombres, siguen despojando de su tierra a los campesinos. Como cuando usted llamó a luchar por la tierra y la libertad, hoy las tierras mexicanas se entregan a los ricos extranjeros. Como entonces pasó, ahora los gobiernos hacen leyes para legitimar el robo de tierras. Como entonces, los que se niegan a aceptar las injusticias son perseguidos, encarcelados, muertos. Pero como entonces, mi General, hay hombres y mujeres cabales que no se están callados y se luchan para no dejarse, se organizan para exigir tierra y libertad. Por eso le escribo a usted Don Emiliano, para que sepa usted que aquí estamos, aquí seguimos. “
Zapata Vive y la Lucha Sigue.
