La penúltima travesura de la Comandanta Ramona.
Pequeña de estatura, morena como el color de la tierra, ojos de obsidiana, el arma más importante de los zapatistas, el corazón del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN)… La Comandanta Ramona, mujer tzotzil, tejedora de historias, soplido del caracol marino, viento que canta y va del centro del universo indígena a los costados del alma planetaria, de la resistencia a la organización, del silencio que habla a la palabra que calla.
Ramona ha estado y está en la polémica por un mural que representa a mujeres en una zona de Madrid.
A Madrid y a Europa tienen previsto llegar muchas mujeres y algunos hombres indígenas mexicanos este verano. Ramona no vendrá en esa delegación zapatista porque falleció de una afección renal en 2006. Pero sus compas la traerán seguro en su equipaje.

Ramona había dicho en el Zócalo, la plaza más grande del mundo:
“Llegamos hasta aquí para gritar, junto con todos, los ya no, que nunca más un México sin nosotros. Eso queremos, un México donde todos tengamos un lugar digno”.
Fue una de las impulsoras de la Ley Revolucionaria de las mujeres zapatistas, consensuada por todas las comunidades en resistencia cuando el zapatismo aún estaba en la clandestinidad. Participó en la construcción del Congreso Nacional Indígena (CNI) en Ciudad de México.
“Queremos un México que nos tome en cuenta como seres humanos, que nos respete y reconozca nuestra dignidad. Por eso queremos unir nuestra pequeña voz de zapatistas a la voz grande de todos los que luchan por un México nuevo”, dijo Ramona, la primera mujer comandanta del EZLN, en su discurso del 12 de octubre de 1996 en el Zócalo capitalino.
Aquella noche de octubre de 1996 sus ojitos se cerraban de cansancio. En su pequeña y austera habitación dentro de la catedral de San Cristóbal de las Casas, la comandanta Ramona no entendía por qué había tanta gente afuera vitoreándola, llevándole serenatas y flores toda la noche. “No sé por qué me quieren”, dijo con un tímida sonrisa, sentada a la orilla de una cama individual, apretando entre sus manos morenas una rosa de papel crepé que por la mañana le entregara el subcomandante Marcos en la comunidad de La Realidad, al despedirla.

Dice: Lourdes Consuelo Pacheco Ladrón de Guevara.
La Comandanta Ramona y otras insurgentas del EZLN en el sur de México, supieron, desde las montañas, encontrar las palabras para cambiar el mundo aunque el mundo las quisiera recluidas en la sombra. Con su pensamiento, con sus pasos, subvirtieron el orden simbólico de las mujeres indígenas para mostrarnos otras formas de ser mujer en el tiempo actual.
Al insurreccionarse contra el orden existente, se posicionaron desde otro lugar para mostrar las realidades de las mujeres indígenas y desde ahí proponer nuevas formas de relacionarse con los hombres de su comunidad y con el poder dominante. Hablaron al mundo desde el rostro oculto por el pasamontañas y en ese ocultamiento abrieron otro horizonte de visibilidad para las mujeres indígenas, pobres e ignoradas. Hoy su herencia, entre ellas, la Ley Revolucionaria de Mujeres, abre el camino para las jóvenes indígenas contemporáneas en una nueva manera de pensar, sentir y estar en el mundo.
Ramona era una indígena más cuando sin pasamontañas caminó alguna vez por las racistas calles de San Cristóbal de las Casas. Cuentan que una vez se paró frente a una tienda de postales y compró algunas. Eran, para sorpresa de sus acompañantes, fotografías de ella con el rostro cubierto. Se las vendieron quienes hacen negocio con su imagen y Ramona, traviesa y sonriente con su ocurrencia, las pagó y se retiró con la frente en alto.
